la verdad despues de una sonrrisa
la verdad despues de una sonrrisa
El ser humano es capaz de comunicarse con palabras, y esta capacidad de expresión oral ha hecho que el lenguaje corporal pase a tener en nuestra especie un valor secundario. Sin embargo, la expresión facial la cara es, al fin y al cabo, una parte del cuerpo ha adquirido una importancia trascendental en nuestros modos de relación.
Se dice que sólo los grandes primates orangután, chimpancé, gorila y, desde luego, el hombre tienen capacidad para la expresión facial. Esto no es del todo cierto; un gato no nos ofrece la misma cara cuando está tranquilo que cuando su ánimo es agresivo, pero sí es verdad que el rostro humano es capaz de transmitir nuestras emociones o intenciones con una riqueza de matices que no está al alcance del resto de los animales.
De este complejo idioma resalta, por su exclusividad, la sonrisa. El hombre es el único animal capaz de sonreír. Podría considerarse que los perros sonríen moviendo el rabo, pero con la boca sólo sonreímos nosotros, y tal vez lo más singular sea que, para la mayoría de los animales, mostrar los dientes es un signo de amenaza, mientras que en la especie humana el contenido de esta expresión es precisamente el opuesto. La sonrisa es el gesto amistoso por excelencia.
Además, la sonrisa es ecuménica. Todas las razas, desde los lapones de Finlandia a los maoríes de Nueva Zelanda, del sacerdote azteca al samurai japonés, muestran felicidad, simpatía y afecto sonriendo, y los niños sonríen ya a las pocas horas de nacer; incluso parece que ya lo hacen intraútero. Esto significa que el cambio de sentido de este gesto de agresivo a afable debió de producirse en un estadio muy precoz de nuestra evolución. En los dibujos de Juan Luis Arsuaga se puede interpretar que el Homo antecessor, e incluso su antepasado prehomínido, el Australopitecus Afarensis, tenían una musculatura facial muy similar a la nuestra.
La sonrisa es, pues, algo consustancial y exclusivo del ser humano, y está íntimamente asociada a la alegría, a los momentos más felices de nuestra vida. Es, además, un excelente medio de relación, ya que al ver a alguien que nos sonríe entendemos que manifiesta ser persona de bien, amigable y simpática, y que está de nuestra parte. El que sonríe es atractivo. Claro que una sonrisa se puede fingir, y puede ocultar hipócritamente las peores intenciones, pero eso ya es otra historia.
Hay dos tipos de sonrisa: la sonrisa franca, abierta, que muestra los dientes, llamada (con toda lógica) dental, y la que los oculta, manteniendo los labios cerrados mientras tensa sus comisuras hacia atrás y hacia arriba, conocida como sonrisa labial. Es ésta una sonrisa a medio camino, contenida, menos efusiva pero más cortés; o más cortesana. La dental es más espontánea, más sincera, pero a la vez, o más bien tal vez, más plebeya por lo poco recatada. Naturalmente, hay grados. Hay quien sonríe como un caimán, descubriendo casi hasta las muelas del juicio, y quien lo hace como si sorbiera un refresco con una paja, frunciendo apenas un poco los labios. Cada sonrisa tiene sus circunstancias, pero la que que concita las mejores opiniones es, cómo no, la intermedia: la que exhibe sólo los dientes anteriores del maxilar superior, y sólo parcialmente, sin exponer, o apenas, la encía. De todos modos, lo que está claro es su indiscutible papel decorativo; la sonrisa es el ornato del rostro.
Otra característica exclusiva del hombre es la expresión artística, y resulta curioso observar lo poco que la manifestación por antonomasia de felicidad humana, la sonrisa la sonrisa dental, para ser precisos ha sido representada en el arte. Hasta el siglo XX es excepcional ver los dientes expuestos en un cuadro y, cuando se ven, se trata de dientes feos o de expresiones de dolor, ira o muerte.
Se ha intentado explicar esta sorprendente circunstancia de varias maneras. Uno de los criterios más extendidos es de tipo religioso: en la Edad Media europea la religión era muy restrictiva; el Cielo había que ganarlo sufriendo, de ahí que la alegría fuera censurable, y la sonrisa pecaminosa. Probablemente la cosa no fuera para tanto; en todo caso esta teoría no explica la ausencia de sonrisas en épocas más hedonistas, como el antiguo Egipto o el Renacimiento.
Otra opinión defiende que, ya que los cuidados bucales no se desarrollan en extensión y profundidad hasta el siglo XX, la sonrisa en tiempos anteriores tendería a descubrir dientes feos, cariados, apiñados, sucios, con la consiguiente pérdida de atractivo. Se ha especulado mucho sobre lo que puede ocultar la sonrisa de la Gioconda (fig. 1). Tal vez Leonardo evitó tener que pintar una dentadura impresentable. No hay que olvidar que era un retrato de encargo, y se hacía necesario sacar favorecida a la modelo para dar gusto a su marido, Francesco de Giocondo, que era el que pagaba.

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